Las organizaciones se fundamentan en relaciones humanas, en acuerdos mas o menos verbalizados, mas o menos conscientes, sobre los que se construyen identidades, propuestas de valor, maneras de ser y estar en el mundo y en el mercado. De la calidad y transparencia de sus conversaciones, de la coherencia de sus narrativas, del equilibrio de las emociones generadas en su seno, depende el éxito de la organización.
Y esta circunstancia se hace especialmente evidente en el ámbito de las pequeñas empresas, iniciativas emprendedoras y startups, debido a los lazos personales, familiares o afectivos que a menudo vinculan a sus promotores, socios o fundadores. Lazos que introducen variables adicionales en el management de la organización y nuevos aspectos a considerar en la toma de decisiones.
Desde mis primeros años en la dirección de equipos y proyectos, pude percibir que había determinantes de éxito que no estaban contemplados en las baterías de indicadores tradicionalmente empleados. Determinantes de la prosperidad o fracaso de las organizaciones que se escapaban a los modelos tradicionales de medición de resultados, adecuación a objetivos y marcadores de excelencia.
Tuve la ocasión de lidiar con “fracasos” que se convirtieron en grandes aprendizajes, “maestros” que una y otra vez nos enseñaban que existía una parte humana en las organizaciones, tremendamente poderosa, que debía ser tenida en cuenta. Una parte humana que permanecía oculta a la vista de los que – como yo- habíamos sido formados en el paradigma cartesiano de la razón y el pensamiento lineal y lógico. Un paradigma que abrazábamos sin cuestionar, y que nos impedía ver el gran error de no considerar una batería de infinitas variables de enorme peso en el desempeño de los equipos, en la formulación de objetivos, en el diseño de procesos o el cierre de ventas.
Nos guiábamos por un mapa que había funcionado en los años de desarrollo industrial, con crecimientos lineales, planificaciones a largo plazo y revisiones estratégicas quinquenales, pero que poco a poco se iba quedando obsoleto e incompleto para orientarnos en un mundo interconectado, cada vez más incierto y caótico. Caminábamos hacia un entorno en cambio permanente, en continua evolución que – como respuesta adaptativa – iba dando cada vez más protagonismo a esa parte del pensamiento automático, mucho más rápido que el racional, al que a menudo suplanta.
Como ya formuló Pascal mientras iluminaba el mundo de las probabilidades y la estadística, “el corazón tiene razones que la razón desconoce”. Y en este espacio de intuición rápida personal y organizacional, que no se sirve de procedimientos sistemáticos porque posee un poder de interpretación y decisión inmediatas, reside la adhesión a valores y a creencias de posibilidad o imposibilidad. Ese espacio donde habitan los permisos y los no permisos, los miedos, los apegos a fracasos, los logros, las lealtades, las coherencias e incoherencias de las organizaciones.
Un espacio apasionante de años de estudio, investigación, de trabajo mano a mano con empresas, empresarios, directivos, órganos de gobierno, emprendedores, a los que agradezco haberme ayudado a construir una sólida base de conocimiento, donde se integran y entrelazan disciplinas que hasta ahora habían avanzado inconexas. Economía, filosofía, management, sociología, ingeniería, estadística, Inteligencia emocional, psicología, neurociencia, comportamiento, PNL, antropología… el conocimiento organizacional ya no es una sola disciplina estanca, sino que engloba un sinfín de perspectivas y áreas de conocimiento entrelazadas.
Las organizaciones, los equipos, las personas, constituimos entidades complejas e infinitas, imposibles de reducir a esquemas y metodologías simples y limitadas. Cada organización es un mundo, con narrativas e historias propias. Cada equipo, ya sea operativo, directivo o de gobierno, tiene sus propias dinámicas, su manera de ser y estar única.
La toma de decisiones en las organizaciones y en los equipos tiene un elevadísimo componente emocional y humano, que se entrelaza con la estrategia y los aspectos más técnicos de desempeño. Las elecciones y actuaciones, individual y colectivamente, están soportadas por un entramado de historias y narrativas que confieren una personalidad única, una marca, una manera de estar y existir de la organización y de las personas que la componen.
Es por ello por lo que el acompañamiento a las organizaciones, especialmente a sus líderes y órganos de gobierno, como referentes y pilares de su cultura, esencia y valores, debe contemplar – desde mi punto de vista – todos los planos de la realidad organizacional, ya sea en su vertiente operativa, estratégica o humana. Desde el profundo conocimiento de las organizaciones y su visión estratégica. Desde el profundo conocimiento de la realidad humana.
Y esta es la visión que – desde la experiencia, la coherencia y el compromiso -aporto a todas aquellas organizaciones y personas con las que colaboro. Sacar a la luz todos los planos de esa realidad poliédrica y única que conforma su propuesta de valor, su esencia, su “personalidad”.
Y a partir de ahí, construir.
Fotografía: Chris Hardy