Como profesora, busco transmitir a mis estudiantes pasión por el aprendizaje, la indagación, la experimentación. Encontrar y retar a ese explorador aventurero y creativo que llevan dentro y al que años de sistema educativo han encorsetado en aras de la “uniformidad” profesional enrasada al nivel de la seguridad.

Cada año, durante cuatro meses avanzamos juntos por un camino lleno de emociones y altibajos, pero con fases que se repiten casi invariablemente. Todo comienza con una etapa de desconcierto ante el “no hay apuntes que memorizar, ni recetas que seguir” para continuar con una etapa de enfado ante el “cómo voy a crear algo sin instrucciones detalladas”. Y así hasta que las leyes sistémicas comienzan a actuar en los equipos, y los creativos dormidos despiertan y empiezan a intercambiar posiciones y puntos de vista.

Aterrizamos entonces en una etapa de sorpresa en la que los más “intrépidos” se arriesgan a inventar y descubren que pueden equivocarse, que no solo es lícito, sino además recomendable. Y arrastran al equipo. Poco a poco van cayendo las barreras, las que sólo están en sus mentes, y aparece la creatividad.

Una etapa de sorpresa en la que descubren que equivocarse es la base del aprendizaje y del juego, que sin juego no hay avance, que el miedo al error bloquea la posibilidad de crear realidades nuevas.

Es entonces cuando empieza lo divertido, cuando se permiten crear, inventar, indagar. Y surgen las ideas. Surgen las empresas. Surgen los líderes. Todo un proceso evolutivo en tiempo record y con mucha gente en el aula. Demasiada para poder ofrecer esa atención personalizada que merecen.

Y de repente, al final del cuatrimestre, “el sistema”-que, por cierto, somos todos- llega de nuevo para recordarnos que hay unas reglas en las que no cabe el juego, la experimentación, la creación. Unas reglas que obligan a evaluar contenidos, conocimientos, memoria, esquemas y metodologías rígidos y a veces trasnochados, que todos acabamos aceptando, mientras nos quejamos, a regañadientes.

Confundimos competencias con conocimientos, la normativa los confunde, los sistemas de evaluación los confunden. Y al final evaluamos competencias como si de conocimientos se trataran, y las convertimos en nuevos conocimientos evaluables. No hay recursos para cambiar. No hay ganas.

Ya Sócrates nos mostró el apasionante camino del aprendizaje, de la búsqueda, del arte en la formulación de preguntas, de la construcción del conocimiento a través del diálogo y la exploración libre.

Es el alumno –no el profesor- el protagonista de su propio aprendizaje. Los profesores debemos ser una herramienta, un medio de descubrimiento. Provocar el aprendizaje antes que enseñar. Encontrar el disfrute en el aprendizaje.

Aprender es descubrir, experimentar, crear. Es mirar desde los múltiples ángulos de una realidad que es poliédrica y que acoge todos los puntos de vista.

Aprender a mirar desde todas las perspectivas sin aferrarnos a ninguna de ellas nos abre puertas a nuevas posibilidades, de las que surge la innovación.

Nuestros jóvenes tienen derecho a experimentarlo, a vivirlo. No les ocultemos ese derecho. Podemos “cumplir” planes de estudio de otra manera. Podemos cambiar el foco, incluso “cumpliendo con la normativa”. El fin es el aprendizaje, no la evaluación. La evaluación es un medio. Profesores y padres deberíamos recordarlo todos los días.

Las organizaciones del futuro serán organizaciones en aprendizaje continuo, y necesitarán profesionales – y líderes – capaces de crear, adaptarse y aprender cada día. Y, para ello, los sistemas docentes necesitan cambiar de planteamientos.

Los nichos de conocimiento estancos, sin solución de continuidad, ya no sirven. El pensamiento cartesiano, lineal y discreto se nos ha quedado pequeño. Los modelos predictivos tradicionales necesitan muchas más variables para explicar una realidad que evoluciona en red y tiene casi infinitos enfoques. Variables continuas que se transforman mientras las observamos.

Démonos permiso para descubrir nuevas perspectivas y permitamos así que los jóvenes se den también permiso para descubrir su talento y ponerlo al servicio de la sociedad. No olvidemos que somos sus referentes.

 

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